Varios días habían pasado desde aquel instante en el que la puerta se cerró. Días de hambre, desamparo, incredulidad y un sinfín de emociones que jamás había sentido. Pensamientos contradictorios luchaban en su cabeza por salir a relucir el máximo tiempo posible. Pero en un pronto ataque de lucidez dispuso sobre su mente una, mas bien poco amplia, baraja de ideas que, tal vez en su orden correcto, resultaría una salida.
Volver no era una opción, así que se dispuso a crear un nuevo camino, probablemente rebosante de maleza con la cual tropezar para, sencillamente, no olvidar dónde se encontraba. Astucia era el nombre con el que soñaba. Quizás algún día sería reconocida así. Quizás había llegado ese momento. Quizás estaba por llegar. Solo una nueva identidad podría hacerle salir del infierno al que le habían empujado, el pozo más profundo que había conocido, la peor de las miserias que podría imaginar en un mundo de ficción. Ni tan siquiera tenia en posesión los útiles básicos de supervivencia. Ni un centavo, como un diría un americano. Ni nada que llevarme a la boca, como diría una madre sin recursos. Pero un objetivo claro, convertirse en una nueva persona era su fin, su propósito, su meta. Y no lo lograría sin ayuda o al menos sin caridad. Y eso fue lo que la salvó.
Paso a paso. Poco a poco. Un ser paciente como lo era ella a la que nadie conseguiría frenar ni nada la permitiría distraer de su cometido. Solo así olvidó y viajó gracias a los andantes de las aldeas vecinas y no tan vecinas sobre las cuales fue creándose una historia. La historia de su nueva vida. La historia que contaría a todos aquellos a los que, a partir de hoy, conocería. A su futura familia que deseaba con todas sus fuerzas no tuviera ningún parecido con la suya pasada, olvidada. Ellos no se merecían ser recordados por alguien que lo que más poseía en su interior era un sueño, ser feliz.
- El mundo más allá de mis ojos -
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