Su reloj biológico se paró. La impotencia se apoderaba de todos y cada uno de los presentes, que de sobra conocían la inexistente probabilidad de reversión. Era el momento más insensible de la vida, para uno y para todos. Insensible, inútil, incapaz, indefenso, impotente. Hasta aquí la evolución había dictaminado nuevas normas, valores, patrones cuya sensiblería era a veces castigada por los más cavilosos. El cambiante entorno gobierna. Las sensaciones, la delicadeza, todo se desvanecía en el tiempo. Y así era el final, ni mustio ni amargo, ni próspero ni generoso, un vacío final.
- El mundo más allá de mis ojos -
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