miércoles, 17 de junio de 2015

La niña y la flor


Y con una flor en la mano, la pequeña de pelo largo, lacio y dorado como el oro, soplaba sobre los pétalos espontáneamente para comprobar cómo eran capaces de revolotearse sobre el breve viento que podía generar. Sentada y con las piernas arqueadas, de modo que sus pies quedaban prácticamente sobre los muslos de las piernas contrarias, se divertía dejando pasar el tiempo sin parar de observar. Por eso le gustaban tanto los fines de semana. Los sábados por la mañana ya podía respirar ese aire con aroma a verde mezclado con el frescor de las aguas posesas por las cimas de las montañas que rodeaban la diminuta aldea.

El sol resplandecía cercano a la serranía. Sin sus ocasionales vecinas blancas y esponjosas, lucía sin demora mas no compartía su calor como tantas otras veces había hecho. Eso no importaba. Una rebequita de lana sobre su vestido rosa claro era suficiente para permanecer inmóvil durante algo más de 80 minutos, que era el tiempo que solían tardar su padre y su abuelo en ir a la tienda a por un poco de pan para acompañar la comida. Y tardaban, no porque tuvieran que recorrer una larga distancia, sino porque debían tomar una copita antes de regresar y jugar la partida con sus amigos que, vamos a suponer, también irían a recoger el pan. Pero era algo "pactado", pues también era el tiempo necesario para que la comida estuviera lista y la mesa preparada. Así que floreció el momento de encontrar una tarea o un quehacer para beneficio suyo.

Era un complemento perfecto para ella. Sus pétalos blancos como su piel y su cabello rubio resplandeciente como su disco central, podrían llevar a algún fantasioso a confundirlas. Ni siquiera las parlanchinas aves que merodeaban sobre el valle conseguirían distraerla de su cometido. En realidad eran unos camaradas cantarines que paseaban por el cielo del mismo modo que salían los recién jubilados abuelos diariamente a primerísima hora. Pero eran otras edades. Eran otras vivencias -al igual que otra cantidad y variedad de vivencias- y prefería gastar sus horas, en el transcurso de lo que sería su vida, en contemplar, olisquear, escuchar, saborear, sentir.

- El mundo más allá de mis ojos -

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