domingo, 30 de agosto de 2015

La venganza de los toros


Una de estas dos imágenes es HISTORIA.
Una de estas dos imágenes es ACTUALIDAD.

Las corridas de toros tuvieron su origen en la Edad Media, como un acto de valentía y entretenimiento. El animal es condenado a sufrir una larga agonía y morir a la vista de unos ansiosos espectadores que, sorprendentemente, gozan de semejante espectáculo. A lo largo de los años esta práctica ha sido representada por numerosos escultores y pintores reconocidos, como Goya o Picasso, además de escritores que han incluido entre sus líneas su crítica hacia esta tradición.

No podemos poner en duda que la tauromaquia ha sido una tradición en la Historia de España, al igual que lo han sido los combates entre gladiadores en la antigua Roma. Algunos gladiadores combatían a muerte por su propia voluntad, otros eran esclavos condenados a morir.

El Coliseo de Roma es un lugar turístico visitado por miles de personas que desean conocer su historia y los sádicos juegos que antiguamente albergaba, además de contemplar su gran estructura de data del siglo I. Allí dentro el asombroso anfiteatro lanza una pregunta: ¿La población disfrutaba viendo cómo un hombre era violentamente lastimado e incluso asesinado por otro hombre o por animales? Podríamos pensar quizás en la no existencia de medios como los disfrutados hoy en día, cine, literatura o pintura, que describen escenas sangrientas y macabras sin la necesidad de provocar heridos. Tampoco hay que ocultar que la oferta de entretenimiento no sería tan variada como la que barajamos en la actualidad. Lo realmente fascinante es que con tal diversidad de ocio de la que se dispone en nuestro país en pleno siglo XXI, todavía se consigan vender entradas para tal drama.

Ambos festejos, las corridas de toros y los combates entre Gladiadores, son conocidos mundialmente y representan, entre otros, a países como España e Italia como símbolo identificativo, con una gran diferencia: sólo una de ellas forma parte de la HISTORIA. La otra, contrariamente, forma parte de un absurdo presente que pretende evolucionar retornando una y otra vez al ser humano que realiza sacrificios como si de un ritual satánico se tratase.

Hoy en día las peleas de perros, de gallos o incluso de hombres son ilegales, a excepción de los combates de boxeo en los cuales los participantes, voluntariamente, aceptan una serie de reglas orientadas a evitar daños irreversibles. Ni que decir tiene que la tauromaquia no es un arte, es un maltrato y asesinato por parte de un matador (el nombre sí es acertado) amparado por unos testigos que previamente han pagado para ver el sufrimiento de un animal desde los mejores palcos, al igual que hacían los antiguos romanos. ¿Nos suena la historia? Pues seguro que sí porque hemos visto películas con el mismo argumento como Hostel o Los juegos del hambre. Películas.

Más de 10.000 toros mueren al año en las plazas, sin contar los animales sacrificados en fiestas populares que, por tradición, se continúan celebrando en incontables ciudades. En los ocho primeros meses de 2015, 12 personas murieron en España a consecuencia de las graves heridas ocasionadas durante la celebración de algunos de estos festejos. Ningún matador. ¿Cuál es la cifra preocupante? Quizás ninguna de estas dos cifras sea tan inquietante como la que contabiliza el número de personas que todavía, con un amplio abanico de actividades de recreo a su disposición, son partícipes y colaboradoras en tales crímenes. ¿Debemos culpar a los toros valientes y deseosos de vengar a sus antepasados? No podemos culpar a quién no hemos dado elección. Y en el ruedo, como en el anfiteatro, no hay alternativa para quién el público ha dictado un macabro final.