Se conocieron navegando por las, aparentemente, cristalinas redes que rigen gran parte de sus vidas. Un viejo compañero de clase de secundaria al que no dio demasiada cuenta por parecer raro -y también por ser una chica con un temperamento de los que siguen a las masas- había sufrido, aparentemente, una especie de transformación física, psíquica, su figura en sí era totalmente contraria. Tras pausar la primera impresión sintió que en su interior había algo que no la había visitado las últimas veces que habían coincidido. Es decir, los últimos días de clase del último curso de grado medio, habrán pasado, lenta y plácidamente, unos 8 años. Quizás 10. Era un alumno tan insignificante para ella que ni tan siquiera era capaz de recordar si continuaban en la misma clase durante el bachiller.
Era una chica entusiasta y alegre, nunca le faltaban pretendientes y de hecho había estado ya con varios chicos en relaciones más o menos largas y serias, lo suficiente como para pasar noches acompañada en casa de sus padres. En este momento no se encontraba embrollada en ningún amorío sino disfrutando de su época de soltera con sus amigas, que ya empezaban a buscarle parejita para que no se desbocara.
Marti llegó en uno de esos momentos entre que subes de la playa y pones en el micro la comida, ya preparada, con el tiempo justo para echar una ojeada a las últimas actualizaciones en las redes sociales sobre el mismo móvil. Tanto fue el asombro, que decidió abrir el ordenador para comprobar a pantalla grande que su compañero se había convertido en todo un hombretón musculado, guapo, con talante. Respondió contenta a su, no menos popular, mensaje de "cuánto tiempo, qué es de tu vida?" La acción de desbloquear el terminal y revisar las últimas notificaciones fue repetida indefinidas veces durante la tarde. Hasta que llegó la respuesta.
Todo coincidencias. Pareciera que hubiera conocido a su media naranja. Lo asombroso era que ya había estado en su vida, pero inadvertidamente. Sólo como para observar. Observar y aparecer en el momento indicado, oportuno, preciso, adecuado, exacto. Fueron semanas, días, noches, horas, minutos, instantes. Cada cual mejor que el anterior. Un poco menos especial que el que estaba por llegar. Una bella princesa que encontraba a su príncipe, fruto de la restauración de una bestia, pero esto, por desfortuna, lo desconoció hasta el día que no recordará. Ese que absolutamente nadie tiene el privilegio de grabar.
Llevaba unos tacones rojos para que resaltaran a la par que sus labios, ya que esta noche habían quedado para tomar algo en el tan transitado, durante esos meses de verano, paseo marítimo con las amigas de la joven y sus pertinentes chicos. Llamó a la puerta con el triple toque que acostumbraba y allí estaba su reciente conquista. Se acercó tan dulce como deseaba pero algo ocurrió. Algo sintió. En tan solo un instante todo había cambiado. No podía pensar. Diapositivas de fotografías con gran agilidad para desaparecer. Otra vez. De nuevo mente nublada. Mundo desconcertante. Mundo desconcertado. Las imágenes habían desaparecido. Eran todo lo que pudo recolectar. No logró traducir sus sentimientos en una emoción ante tal improvisto fin. Y se desvaneció.
- El mundo más allá de mis ojos -
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