Tumbada de espaldas,
con las manos sobre su plano vientre, sentía en él los latidos de su corazón,
su respiración, la brisa movía ligeramente los pocos pelos salvajes que habían
podido resistirse a la atadura, al remolino de finos hilos negros enroscados
para su inmovilidad por una goma elástica también negra para su buen disimulo.
Escuchaba fuertes golpes, casi acompasados, a ratos, probablemente provenientes
de la pista de pádel, de alguien que no tuvo con quién compartir campo, equipo
o rivalidad, alguien que se levantó esta nublada mañana de verano con la idea
de no contener más aquello que puede disparar contra una pared verde y opaca
una y otra vez, una rabia oculta pero visible ahora en su largo apéndice zurdo.
Observaba la
inmensidad del cielo y la lejana rapidez que forzaba a las nubes a cambiar de
posición. Pareciera que el sol necesitara de instantes solitarios, o quizás
estuviera un poco avergonzado, distraído, cansado, o puede que sus amigas le
hicieran una especie de fortaleza para protegerlo. O puede que no sean amigas y
se encuentre ahora mismo luchando contra ellas para poder extender sus rayos
hasta lo más lejano que su fuerza interior le permita. Prácticamente imposible ser
capaz adivinar cómo piensa, cómo actúa, cómo se relaciona un ser que desconoces
pero que intuyes que sus intenciones van cargadas de bondad. Oh ya están ahí la
intuición y la intención. Esa perfecta percepción de la verdad evidente, tan
perfecta como el inconsciente, tan evidente como la realidad. O la intención, esa
determinación de la voluntad propia, tan íntima como exigida.
Dos mundos
incomprensibles. Podía escuchar uno mientras observaba quieta el otro, sin
atreverse a pestañear, aquel que vivía y luchaba o jugaba o lo que fuera que
hiciese, ahora mismo, sobre su cuerpo, sobre un tercer mundo que sería ella misma.
El único que, en ocasiones, muy pocas, liberaba el control, la energía y todo
aquello que desbordaba en su interior. Uno de ellos lo conocía, le repugnaba,
lo odiaba. El otro mundo… jamás llegaría siquiera a verlo de cerca. No llegaría
a comprender cuan de distinta sería su vida en él, cómo se sentiría, cómo haría
sentir. Parecía simple, pocos colores, pocas reglas, pocos obstáculos. Pero permanecía
siempre ahí.
- El mundo más allá de mis ojos -
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