martes, 29 de marzo de 2016

Tumbada de espaldas

Tumbada de espaldas, con las manos sobre su plano vientre, sentía en él los latidos de su corazón, su respiración, la brisa movía ligeramente los pocos pelos salvajes que habían podido resistirse a la atadura, al remolino de finos hilos negros enroscados para su inmovilidad por una goma elástica también negra para su buen disimulo. Escuchaba fuertes golpes, casi acompasados, a ratos, probablemente provenientes de la pista de pádel, de alguien que no tuvo con quién compartir campo, equipo o rivalidad, alguien que se levantó esta nublada mañana de verano con la idea de no contener más aquello que puede disparar contra una pared verde y opaca una y otra vez, una rabia oculta pero visible ahora en su largo apéndice zurdo.

Observaba la inmensidad del cielo y la lejana rapidez que forzaba a las nubes a cambiar de posición. Pareciera que el sol necesitara de instantes solitarios, o quizás estuviera un poco avergonzado, distraído, cansado, o puede que sus amigas le hicieran una especie de fortaleza para protegerlo. O puede que no sean amigas y se encuentre ahora mismo luchando contra ellas para poder extender sus rayos hasta lo más lejano que su fuerza interior le permita. Prácticamente imposible ser capaz adivinar cómo piensa, cómo actúa, cómo se relaciona un ser que desconoces pero que intuyes que sus intenciones van cargadas de bondad. Oh ya están ahí la intuición y la intención. Esa perfecta percepción de la verdad evidente, tan perfecta como el inconsciente, tan evidente como la realidad. O la intención, esa determinación de la voluntad propia, tan íntima como exigida.


Dos mundos incomprensibles. Podía escuchar uno mientras observaba quieta el otro, sin atreverse a pestañear, aquel que vivía y luchaba o jugaba o lo que fuera que hiciese, ahora mismo, sobre su cuerpo, sobre un tercer mundo que sería ella misma. El único que, en ocasiones, muy pocas, liberaba el control, la energía y todo aquello que desbordaba en su interior. Uno de ellos lo conocía, le repugnaba, lo odiaba. El otro mundo… jamás llegaría siquiera a verlo de cerca. No llegaría a comprender cuan de distinta sería su vida en él, cómo se sentiría, cómo haría sentir. Parecía simple, pocos colores, pocas reglas, pocos obstáculos. Pero permanecía siempre ahí.

- El mundo más allá de mis ojos -

No hay comentarios:

Publicar un comentario